RITUAL DEL CERDO
Los habitantes del valle alto del río Magdalena, y en especial los huilenses, incorporaron el consumo de carne de cerdo como parte de las manifestaciones externas de su jolgorio para las fiestas patronales de San Juan y de San Pedro, fiestas que su momento lograron la comunión de la familia con vecinos y compadres. Bernardo Tovar Zambrano en su obra “Historia de las fiestas de San Juan” profundiza magistralmente sobre este tema. El ritual del cerdo es una manifestación de la predisposición del huilense a trabajar en equipo, así como de su sentido para el disfrute colectivo de la fiesta. Para el huilense contemporáneo este tema hace parte de su acervo histórico, pues, la industrialización del asado huilense ha marchitado la práctica del ritual del cerdo en familia.
El apronte
El apronte para el ritual del cerdo iniciaba el 16 de junio con el corte del racimo de plátano hartón para colgarlo y esperar a que estuviese paso para acompañar el Asado; el poleo, la yerbabuena, cebolla junca, ajo, sal y pimienta resultaban indispensables en esta diligencia; una buena provisión de anisado y resacado garantizaban el buen tono de la fiesta, apronte que incluía la compra de encordados para tiples, requintos y guitarras.
El sacrificio
Al caer la tarde, los hombres afilaban los cuchillos, acomodaban las tulpas y las ollas para calentar el agua, mientras que las mujeres preparaban los adobos, bizcochuelos, insulsos y arepas oreja de perro. Si bien, todo está listo y dispuesto, el sacrificio solo se iniciaba después del brindis por el disfrute de la fiesta, acto en el que participan además de la familia, los vecinos y los compadres. Morcillas, asadura y chicharrones los primeros bocados de la madrugada que mitigaban el efecto del anisado pero animaban la fiesta, al son de bambucos y rajaleñas el baile se prolongaba hasta el amanecer.
El asado
La tarde del segundo día también resultaba divertida; después de un exquisito almuerzo con sopa de coli aderezada con espinazo de cerdo, los hombres alistaban la leña, barrían y calentaban el horno, las primeras piezas de cerdo solo se asaban después de la respectiva ronda de aguardiente y las primeras coplas de rajaleña, en el mientras tanto, con bizcochuelos y mistelas se atendían a los recién llegados; arrancaba la verbena con bailes y arrejuntes que solo terminaban al despuntar el día.
A tunar se dijo
Aprovechando la alborada, los vecinos se visitaban con el presente en la mano, presente conformado por el asado, bizcochuelos y mistelas, algunos continuaban la fiesta y otros acudían a la misa en honor del santo patrón. Así se llegaba al momento esperado, el gran almuerzo familiar, por supuesto, el asado de cerdo la vedette de la fiesta, mistela y aguardiente pronto animaban a los asistentes, ahí sí, al ritmo de bambucos y rajaleñas las parejas se acomodaban para el gran baile, unos para la conquista, otros para la reconciliación, pero de todas formas, los dioses del amor manifestaban su presencia. Como el agua mata el fuego, al día siguiente el paseo al río resultaba inevitable, unos de a caballo, otros a pie, pero todos participaban del remate de la fiesta, que también incluía el repelo del asado.
Añoranza
Hoy muy pocas familias huilenses disfrutan el ritual del cerdo; éste ya no hace parte de la vivencia de las fiestas de San Juan y de San Pedro; solo conozco el trabajo comunal de Omar Cuéllar, a quien le dicen popularmente “La Cucha”, hijo ilustre de Acevedo, gestor cultural que se ha preocupado por mantener viva esta tradición en la memoria de la comunidad del barrio Las Granjas en la capital opita. Me gustaría conocer experiencias similares que permitan documentar la vivencia contemporánea de este evento.